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Los lugares de mis tristezas



New York y la tristeza

La Gran Manzana… Nueva York….. ¿Quién puede estar triste visitando Nueva York?

Pero fue en ese último viaje que hice, con quien creía mi complemento, donde descubriría que la tristeza tiene matices que incluso se huelen y se esconden en algún rincón del Time Square o de la Quinta Avenida.
Sabemos que estamos tristes cuando la sonrisa duele, cuando reconoces que el día está gris o está “raro”. No, no es el día. No, no son las nubes, es esa intuición que a pesar que nos dice muy en el fondo que todo va a estar bien, le permitimos el protagonismo a esa fuerza que emerge y que nos invade por dentro. 

Sí, es ella, la tristeza. Que no pide permiso para acompañarte, solo llega para manifestarte que debes prestarle atención a ese pedacito de instante que estás viviendo, pero el desasosiego de no saber nos invade y preferimos deslumbrarnos con lo majestuoso del Empire State y huyes del silencio de donde estaban las torres gemelas porque allí, la tristeza hizo casa y la puedes sentir, por eso te vas.

¿Cómo se puede estar triste en Nueva York? Me lo he preguntado tantas veces. Pero en aquel viaje que hice con toda la ilusión de poner nuevos y mejores recuerdos a uno de los sitios que más me gusta, sería donde la frialdad del desamor, de la poca atención y de pronunciar un nombre que no era el mío, hicieron que la ciudad se hiciera gris, pegajosa, dolorosa.

Las mudanzas internas


Nos mudamos de casa, cambiamos de trabajo, nos fuimos del país, nos desapegamos de nuestros hijos, pero… ¿ocurrió realmente todo eso en nuestro interior? Metimos todo en la maleta y pretendemos que se nos olvidó empacar los sentimientos, y aunque nos cambiemos el nombre la historia no se borra de adentro, tenemos un nuevo sitio y un nuevo status, pero los recuerdos permanecen intactos, las dinámicas redundan y los límites emocionales no conocen de límites fronterizos.
Podemos hacer trámites administrativos, pagar las deudas, solventar problemas legales, pero adentro hay algo más allá de lo financiero y social, no nos damos cuenta que muy en lo profundo de nuestro ser hay preguntas que necesitan respuestas, tristezas que aún no se lloran, rencores que aún no se sanan y alguna esperanza que es preciso conservar.

Carta de despedida a una ciudad



Le debía esta carta de despedida a una ciudad que me dio albergue por más de cuatro años, hace ya varios meses que me fui de allí y aún no le había expresado mi más profundo agradecimiento, uno siempre se despide de personas pero casi nunca se percata que los lugares también reclaman nuestra despedida, sobre todo aquellos lugares que nos estuvieron esperando para vernos crecer y se enorgullecen al ver cómo nos vamos de allí con el alma engrandecida.


Es cierto que recalqué muchas veces un tiempo que creí vencido en esa ciudad, pero ahora que la veo a la distancia, quisiera caminarla de nuevo y escucharla en la cordialidad de su gente, recuerdo sus calles como quien recuerda una risa, añoro esa cotidianidad como quien añora el encuentro de aquello que quedó suspendido en el tiempo, pero con la esperanza de volver a encontrarse algún día.

Desde lejos


Desde lejos le escribo a un país donde ya no vivo, a una cotidianidad a la cual ya no pertenezco, desde lejos estoy sentada respirando toda la paz posible y, sin embargo, de qué sirve tanta felicidad si no se comparte. Cuando el exilio es una opción voluntaria sabes que dejarás atrás el abrazo diario, así que el palpar lo cambias por llamadas con cámaras para enterarte de cómo va todo, un compartir de fotos te hace mirar con nostalgia aquellos momentos donde no estuviste, alguien te cuenta una anécdota en la que no participaste y el tiempo transcurre no importa si estas allí o en otra parte.

Desde lejos me siento frente a mi exigente y hasta terapéutica hoja en blanco y quisiera llorar sobre ella letras, puedo estar en los más hermosos paisajes, ir al súper mercado y conseguir lo que quiera, descubrir un lugar donde venden comida deliciosa, pero muchas veces se siente la experiencia incompleta sin tener al lado a tus seres cercanos para que realmente valga la pena. Puedo estar en lugares donde hay mucha gente, y aun así, no sentir compañía, a veces miro como las personas se encuentran, se saludan, conversan, acuerdan volver a verse, y yo acá, desde lejos, no coincido con nadie a quien otorgarle un abrazo fraterno, un despedirme al menos con un “nos vemos luego”.

Romper la rutina, abrir el camino



Un criterio de realidad me hizo escribir estas líneas, viendo los sueños inalcanzados desde la ventana de la añoranza por no haberse cumplido nunca, cuando aferrados a la comodidad se nos fue pasando la vida, cuando el cambio avecinó su llegada nos fuimos aterrando por adelantado y colocamos la predisposición para no romper la inercia de lo conocido, y nos negamos a dar un salto definitivo o hacer un cambio radical, así que hemos podido transcurrir esta vida perfectamente infelices y mantenernos allí por mucho tiempo, porque lo que no conocíamos nos asustaba más que aquellas circunstancias desgastadas que aún nos afectan y nos lastiman.

Tomar riesgos no es algo que le sea placentero a cualquiera, son muchos los que llegan al final de sus días sin haber vivido realmente porque siempre estuvieron vestidos de miedo, demasiado asustados para arriesgarse o para vivir una aventura y colocaron a la estabilidad como una prioridad tambaleante. Gente que no ha sido capaz de ir en contra de la cotidianidad rutinaria, que dejan ir oportunidades como si algún día llegarán en cambote, que no se atreven a probar nuevas comidas, usar otro tipo de color en la ropa, caminar por otras calles, dejar de planificar y por alguna vez improvisar.

Sobre reencuentros y compartir



Nuevamente fui turista en mi ciudad natal, de nuevo paseo por sus calles y lo vuelvo a ver todo con ojos distintos, pero no solo me detengo en el paisaje sino también en la actitud de las personas, los lugares hablan y la gente traduce con su lenguaje verbal y corporal los dolores y alegrías que los espacios albergan.

Este viaje lo hice de manera distinta, primero porque la permanencia fue más corta que otras veces, así que aproveché cada momento para sostenerle la mirada a cada detalle, me dejé sorprender por el placer que me procura deambular por mi ciudad, pero siendo solo una espectadora de sus calles no sintiendo que allí pertenezca. Y aunque no pretendo traerles un itinerario completo de un viaje a retazos, sí les quiero conversar sobre lo que significó para mí el reencuentro con lugares y personas, además, el conjugar en plural el verbo compartir que muchas veces la soledad no me permite hacerlo.

Escribir viajando



Aparte de escribir, mi otra gran pasión es viajar, bueno en realidad viajar me gusta más que escribir, debo confesarlo; algunas personas comienzan viajando y en el viaje utilizan el escribir para ir dejando huella de todo lo que van viviendo, otras, escriben y viajan para sentirse inspiradas o motivadas, yo viajé a muchos lugares primero, así que mi perspectiva de vida no está limitada solo a mi país, me he quedado por algunos años en una ciudad lejana a mi tierra, pero ahora el escribir lo quiero conjugar viajando.
Es como un llamado de alma que me incita a viajar, pero no para escribir sobre el viaje como tal ni para hacer del proceso una escapatoria, sino para lograr una búsqueda interna, y esto se está convirtiendo en una energía que de a poco se desborda.

No regresamos iguales



No importa si es un viaje de fin de semana o unas vacaciones largas, si fue la visita a un amigo enfermo o si la travesía fue a través de un libro, si fue una extenuante jornada laboral o el tan ansiado regreso a casa, si fue en carro, en bus, en avión o en barco, o si se trató del camino hacia nosotros mismos, una vez que decidimos ir a alguna parte, no regresamos iguales y retornar implica ver todo con ojos distintos.

Este fluir constante que amerita el vivir a diario, cambiar es tan necesario como comer o respirar, siempre que apuntemos a un desarrollo personal o a un cambio de rol por lo que vamos asumiendo, volver no se hace imprescindible, pero cuando se vuelve de algún lugar con unos ojos o con un corazón renovados, por supuesto que no se regresa igual a como nos fuimos

Puede que ni siquiera hayamos salido de casa, si la peregrinación ha sido interna, hacia el propio significado de la existencia, el regresar ya lo cambia todo, así que volvemos cargados de nuevos motivos.

Cuidemos nuestros mares


Como fanática del mar y de todo aquello que esté relacionado con lo marítimo, me declaro una defensora de los mares, y por muy lejos que me encuentre en este momento de la brisa marina, no dejo de pensarme en sus aguas y de preservar su esencia divina.

¿Sabían que la mitad del oxigeno que respiramos proviene de los océanos? Es imposible imaginarse la vida con masas de agua sin oxigeno. No hay una conciencia clara de la importancia del mar en nuestras vidas, lamentablemente es desmedido el desperdicio que se observa en nuestras costas. Es gratificante disfrutar de un domingo acostada en la arena, zambullirse a merced del viento y la corriente y mezclarse con esa agua salada, sagrada y bendita. Pero una vez que la diversión culmina, es preciso tomar lo que hemos traído y llevarlo con nosotros de regreso, sería grandioso que al regresar a ese paisaje majestuoso, podamos encontrarlo intacto y esplendido como siempre ha sido.

Cuando el alma nos habla



Definitivamente el alma nos indica dónde debemos estar, nos señala el camino que es preciso recorrer y a dónde ya no debemos regresar, sólo con prestarle atención y escucharla cuando ya no desea continuar, sería suficiente para podernos conectar. Mi alma está inquieta, lo confieso, pareciera anduviera buscando otros rumbos, es como si me dijera que el tiempo de aprendizaje en este lugar ya culminó, pero lamentablemente uno termina embadurnando al alma de compromisos, apegos, agendas y deudas, aferrándose a lugares donde ya no pertenece.

Quisiera untar mi vida de agua salada, despojarme de la monótona cotidianidad e irme a conocer hermosos lugares, visitar ciudades a donde van todos y aquellas más recónditas a donde nadie va. Asistir a conferencias, hacer yoga en la playa, cantar alrededor de una fogata, encontrarme con personas que desde hace tiempo no veía, acompañar una larga conversación con copas de vino, meditar y encontrarme, amarme y no apegarme.

Elogiemos al mar


Desde que vivo en esta ciudad, que queda a diez horas de camino por tierra hacia el mar, veo la vida de manera distintita, definitivamente los lugares influyen mucho en nuestra forma de pensar, y el mar tiene el poder de cambiar mis pensamientos. Recuerdo que desde pequeña la playa siempre era un lugar obligatorio para fines de semana, días de descanso o vacaciones cortas o largas, de hecho no conozco la nieve, y son pocas las veces en las que he permanecido en lugares fríos.

El mar para mí es un lugar sagrado, el danzar de las olas, el olor de la brisa, la energía que ordena mi propia energía, la arena acariciando mis pies, mi espíritu alegre dejándose envolver. Es cierto, soy otra persona frente al mar, soy más serena, más feliz, más jovial, más vital, más abierta, más dispuesta, más coherente, menos buscadora de procesos emocionales que sanar, tal vez por ello mi permanencia en este nuevo lugar, para dejarme arropar por la montaña lo que el mar no me deja abarcar.

Somos los lugares donde hemos estado




Somos los lugares donde hemos estado, y como ya lo he escrito antes, cada uno de esos lugares nos alberga, en cada lugar hemos dejado algo de nosotros y nos hemos traído de esos lugares las mejores huellas. Hemos andado tantos caminos, y muchas veces sin darnos cuenta, esos caminos se plasman en nosotros y pueden llegar a palparse en nuestra piel cada una de sus esencias.

Tomemos como punto de partida esos lugares de la infancia, esos espacios que muchas veces se encuentran bajo la perspectiva de un mundo feliz y ameno, ajeno a hechos y fechas específicos, donde se percibe una seguridad que tan sólo se siente cuando se es niño, momentos irrecuperables que forjaron el inicio de lo que es hoy nuestra personalidad y nuestra particularidad ante la vida que se nos presenta.