Mostrando entradas con la etiqueta Soledad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Soledad. Mostrar todas las entradas

Mi relación conmigo



Desde pequeñas nos enseñaron a relacionarnos, nos dijeron que debíamos ser buenas hijas, buenas hermanas, buenas nietas, buenas primas, buenas amigas, buenas compañeras; pero nadie le dio nombre a nuestra relación personal y mucho menos a que debíamos ser buenas con nosotras mismas, al parecer nos incitaban a socializar y nos cuestionaban cuando queríamos pasar nuestros días de puertas cerradas hacia la vida.
Recuerdo mi maravillosa infancia, la mayoría del tiempo vivía inmersa en mi propio mundo, mi madre dice que podía pasar horas y horas encerrada en mi habitación jugando con mis juguetes y que así tranquilamente se me podían ir los días, estaba en comunión conmigo y era feliz sin saberlo, el problema estaba cuando tenía que ir a compartir, por aquello de tener una familia numerosa (y cuando digo numerosa es porque te estoy contando que somos 51 primos hermanos solo por parte materna), por lo que el tema de socializar era recurrente, así que mientras crecía poco a poco me fui olvidando de esos espacios a solas y empecé a conjugar mi vida en plural rodeada de tantos, y así me fui olvidando de esa mágica relación que tenía conmigo.

Mis pequeños espacios de soledad


Es irónico como es que comienzo escribiendo en este blog hace más de dos años haciendo honor a su titulo y que en la actualidad carezca de esos espacios de soledad para fortalecer mi espíritu. Antes la soledad era tan ensordecedoramente asfixiante para mí y ahora se ha vuelto tan necesaria, tan improbable, casi inalcanzable y descartable.

Conquistar espacios que sean solo míos ya no se ajusta a mi realidad, antes me tragaba la soledad por toneladas y ahora solo pruebo bocados de mi absoluta presencia, porque con el tiempo la soledad se fue transformando de un espacio vacío a un lugar lleno de mi, así que cuando el silencio se acerca yo solo comienzo a reconfortarme, a saber que por un rato estaré en mi compañía, solo conmigo, a solas del mundo, plena de mi, tal vez sin decirme nada o quizás dando gritos internos de lo que me estuve callando por tanto tiempo.

Carta de despedida a una ciudad



Le debía esta carta de despedida a una ciudad que me dio albergue por más de cuatro años, hace ya varios meses que me fui de allí y aún no le había expresado mi más profundo agradecimiento, uno siempre se despide de personas pero casi nunca se percata que los lugares también reclaman nuestra despedida, sobre todo aquellos lugares que nos estuvieron esperando para vernos crecer y se enorgullecen al ver cómo nos vamos de allí con el alma engrandecida.


Es cierto que recalqué muchas veces un tiempo que creí vencido en esa ciudad, pero ahora que la veo a la distancia, quisiera caminarla de nuevo y escucharla en la cordialidad de su gente, recuerdo sus calles como quien recuerda una risa, añoro esa cotidianidad como quien añora el encuentro de aquello que quedó suspendido en el tiempo, pero con la esperanza de volver a encontrarse algún día.

Amar de otra manera

Últimamente me ha dado por leer sobre relaciones saludables, sobre personas conscientes de lo completas que están y emprendieron la tarea de tener parejas sanas, personas que encontraron su pareja interna y están dispuestas a descubrir la pareja interna de alguien más, pero es curioso, porque al buscar sobre el tema, muchos artículos revelan lo que NO es ser saludable y pocos te regalan una definición exacta de lo que SÍ es ser sano con el otro.
Sin embargo, conseguí una concepción hermosa de la Dra. Lucy Serrano, la comparto y luego desarrollo el tema ¿les parece? Se entiende por pareja saludable cuando "dos personas completas en sí mismas que han trabajado mucho limpiando sus traumas de infancia y todos los residuos y fantasmas que dejaron las relaciones anteriores, que han aprendido de sus experiencias y errores, ahora tienen la madurez suficiente para embarcarse en la maravillosa aventura de compartir intimidad, ideas y sentimientos". ¡Me encantó!

Desde lejos


Desde lejos le escribo a un país donde ya no vivo, a una cotidianidad a la cual ya no pertenezco, desde lejos estoy sentada respirando toda la paz posible y, sin embargo, de qué sirve tanta felicidad si no se comparte. Cuando el exilio es una opción voluntaria sabes que dejarás atrás el abrazo diario, así que el palpar lo cambias por llamadas con cámaras para enterarte de cómo va todo, un compartir de fotos te hace mirar con nostalgia aquellos momentos donde no estuviste, alguien te cuenta una anécdota en la que no participaste y el tiempo transcurre no importa si estas allí o en otra parte.

Desde lejos me siento frente a mi exigente y hasta terapéutica hoja en blanco y quisiera llorar sobre ella letras, puedo estar en los más hermosos paisajes, ir al súper mercado y conseguir lo que quiera, descubrir un lugar donde venden comida deliciosa, pero muchas veces se siente la experiencia incompleta sin tener al lado a tus seres cercanos para que realmente valga la pena. Puedo estar en lugares donde hay mucha gente, y aun así, no sentir compañía, a veces miro como las personas se encuentran, se saludan, conversan, acuerdan volver a verse, y yo acá, desde lejos, no coincido con nadie a quien otorgarle un abrazo fraterno, un despedirme al menos con un “nos vemos luego”.

Sobre reencuentros y compartir



Nuevamente fui turista en mi ciudad natal, de nuevo paseo por sus calles y lo vuelvo a ver todo con ojos distintos, pero no solo me detengo en el paisaje sino también en la actitud de las personas, los lugares hablan y la gente traduce con su lenguaje verbal y corporal los dolores y alegrías que los espacios albergan.

Este viaje lo hice de manera distinta, primero porque la permanencia fue más corta que otras veces, así que aproveché cada momento para sostenerle la mirada a cada detalle, me dejé sorprender por el placer que me procura deambular por mi ciudad, pero siendo solo una espectadora de sus calles no sintiendo que allí pertenezca. Y aunque no pretendo traerles un itinerario completo de un viaje a retazos, sí les quiero conversar sobre lo que significó para mí el reencuentro con lugares y personas, además, el conjugar en plural el verbo compartir que muchas veces la soledad no me permite hacerlo.

Comprendamos la soledad


Estamos inmersos en una cultura en la que la inmediatez es parte esencial de lo cotidiano, quien no viva apurado no está a la moda, y muchas veces ni comprendemos por qué llevamos tanta prisa. En este acelere constante, el detenerse no está en boga, no corresponde con esta cotidianidad muchas veces perturbadora, así que todos corren, y sentimos la necesidad de correr tras ese camino que nadie lleva definido y donde nadie sabe a dónde va, donde el detenerse es esencial para entender y luego comprender cómo el crear espacios de soledad nos ayudan a sanar, a surgir y a fluir con los sentires. 

Estos sentires pueden ser dolorosos o ámbitos de reflexión que nos permiten tener intimidad con nosotros mismos, y por ende, lograr el ensimismamiento, a fin de vernos reflejados en el espejo de la vida y saber que lo que nos está ocurriendo, otros lo están viviendo en cualquier punto del planeta, y que nuestra energía puede estar conectada con otra energía, que cuando fluimos desde adentro dejamos de tener la visión empañada y aclaramos la perspectiva de nuestros sucesos, a sabiendas que muchos estamos pasando por lo mismo, pero en otros lugares y con otras personas, y cuando lo llevemos a cabo, no seguiremos caminando por la orilla del abismo que le hemos creado a nuestras emociones para quedarnos atascados con ellas.