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Los lugares de mis tristezas



New York y la tristeza

La Gran Manzana… Nueva York….. ¿Quién puede estar triste visitando Nueva York?

Pero fue en ese último viaje que hice, con quien creía mi complemento, donde descubriría que la tristeza tiene matices que incluso se huelen y se esconden en algún rincón del Time Square o de la Quinta Avenida.
Sabemos que estamos tristes cuando la sonrisa duele, cuando reconoces que el día está gris o está “raro”. No, no es el día. No, no son las nubes, es esa intuición que a pesar que nos dice muy en el fondo que todo va a estar bien, le permitimos el protagonismo a esa fuerza que emerge y que nos invade por dentro. 

Sí, es ella, la tristeza. Que no pide permiso para acompañarte, solo llega para manifestarte que debes prestarle atención a ese pedacito de instante que estás viviendo, pero el desasosiego de no saber nos invade y preferimos deslumbrarnos con lo majestuoso del Empire State y huyes del silencio de donde estaban las torres gemelas porque allí, la tristeza hizo casa y la puedes sentir, por eso te vas.

¿Cómo se puede estar triste en Nueva York? Me lo he preguntado tantas veces. Pero en aquel viaje que hice con toda la ilusión de poner nuevos y mejores recuerdos a uno de los sitios que más me gusta, sería donde la frialdad del desamor, de la poca atención y de pronunciar un nombre que no era el mío, hicieron que la ciudad se hiciera gris, pegajosa, dolorosa.

La tristeza de la traición


Muchos creen que aquellas personas que trabajamos y nos preparamos en el área del desarrollo personal y empoderamiento no nos enfrentamos a problemas o dificultades y esto es completamente falso.

Todos nos enfrentamos a desafíos, problemas y dificultades diariamente, pero lo que nos diferencia es la forma como tendemos a vivir esos momentos.

En este espacio abro mi corazón y te cuento sobre cómo viví la tristeza de la traición.

Según la RAE, la traición se define como una falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener.

Las mujeres de mi vida



Este post va dedicado a mi madre, mi hija, mis abuelas y bisabuelas, a mis tías, mis hermanas de sangre y de alma, a mi suegra, mis primas, sobrinas, cuñadas y amigas, a mis compañeras de trabajo y estudio, a todas aquellas mujeres que momentáneamente o por largo tiempo tocaron mi vida, a las que aún no llegan y a las que ya se han ido, a todas gracias, para algunas es un hasta siempre, para otras, quizás, un hasta nunca.


Quiero decirles que no pretendo repetir los errores del pasado, que como mujeres nos unieron anécdotas similares e historias comunes, con las que muchas veces llegamos a coincidir en las mismas culpas y tropezamos con piedras parecidas por el simple hecho de tener historias femeninas repetidas.

Voy a tener la valentía suficiente para cambiar el rumbo y hacerlo de manera diferente, renunciando a ese hilo ancestral que me une al pasado y rompiendo esa lealtad que me mantiene unida a los sistemas familiares, así que aquella que me antecedió y no concluyó algo o lo dejó irresuelto, no lo voy a tomar como mío para concluirlo en el presente o futuro o dejarlo como herencia a las mujeres que me sigan.

Segunda actitud a cambiar: No reprochar


Hace unas pocas semanas comencé un trío de lecturas que he titulado actitudes a cambiar, pero que fácilmente pueden llegar a ser mandamientos de vida y que están muy ligados con nuestro lenguaje y pensamientos; es importante aclarar que cuando escribo sobre crecimiento personal no estoy intentando enseñar a sentir, estoy intentando aprender a expresar lo que siento, así que si tú al igual que yo procuras a diario trabajar en ti para ser una mejor persona, tal vez no te habías percatado que estas actitudes hasta pueden pasar desapercibidas, y sin darte cuenta, te están haciendo mucho daño y están afectando tu entorno. La primera lectura lleva como nombre No subestimar y he denominado a este segundo mandato No reprochar, y a continuación lo voy a desarrollar.

El reproche es un discurso que asumimos como normal y que va en contra de la verdadera esencia del amor, nos vincula con el pasado y se funda muchas veces a partir de silencios prolongados que reafirman el desencuentro entre dos personas, sean éstas parejas, padres e hijos, amistades o familiares cercanos, y además siempre lleva consigo un tono de hostilidad y agresión que genera retracción en el reprochado.

Un cambio de personalidad



Soy una absoluta creyente del cambio, sé que no tenemos la misma personalidad hoy que hace veinte años o diez años o diez días, esto es parte del proceso evolutivo, pero ocurre tan lentamente que no podemos reconocer que no somos hoy las mismas personas de ayer, así que cuando alguien habla de ti haciendo referencia al pasado o cuando tiene una concepción tuya a partir de lo que hiciste hace un par de años, déjame decirte que esa persona ya no te conoce más.

Mientras avanza la edad la personalidad va cambiando, pasan los años y las personas afianzan su estabilidad emocional, su autocontrol, su amabilidad e incluso la apertura hacia nuevas experiencias, la aventura no es una característica exclusiva de la juventud, un cambio de personalidad puede impulsarte a vivir la vida de otra manera y desde otros lugares.

Callar no es hacer silencio


Cuando uno pierde la habilidad de comunicar sus sentimientos y se acostumbra a permanecer en silencio, uno en realidad se calla por fuera pero se grita por dentro. ¿Si no puedes hablar desde el centro de tu corazón, desde qué arista lo haces? Conversar con el otro abiertamente es una iniciativa importante para amar de la mejor manera, pero cuando comienzas a seleccionar aquello de lo que sí puedes hablar para no perturbar al otro ni recibir sus críticas, estás haciendo del silencio un adversario invisible.

Cuando comienzas a evadir lo que quisieras gritar con el alma, seleccionando cuidadosamente lo que se va a poner sobre la mesa, cuando cedes tus espacios comunicativos hasta perder tu identidad justo cuando tu pareja posterga lo que es indispensable decir, tú te sigues gritando por dentro esperando de nuevo el momento preciso.

Todos somos recuerdo



Pasar por la vida como si no se hubiese pasado es un gran error que muchos cometen, particularmente no me gusta jugar al incognito ni al desapercibido que nadie nota, apuesto mejor por el dejar huellas en el corazón de la gente, aunque sepa que pasaremos de moda en la vida de muchas personas y aunque no seamos tendencia de encuentros, es preferible cuando alguien nos recuerda y sonríe, a que nos volvamos un mal recuerdo.

Crecer implica saber cuándo nuestra estancia ha caducado en aquellos lugares donde sentimos que no le pueden ofrecer más a nuestra alma. Cuando se permanece por mucho tiempo en un espacio que nos va causando ambivalencias emocionales, es mejor entonces ir caminando hacia el desprendimiento, comprender que el aferrarse duele y que al soltar se aprende, nos ayuda a dejar con gratitud instantes de vida donde se avanzó hacia una merecida consciencia.

No regresamos iguales



No importa si es un viaje de fin de semana o unas vacaciones largas, si fue la visita a un amigo enfermo o si la travesía fue a través de un libro, si fue una extenuante jornada laboral o el tan ansiado regreso a casa, si fue en carro, en bus, en avión o en barco, o si se trató del camino hacia nosotros mismos, una vez que decidimos ir a alguna parte, no regresamos iguales y retornar implica ver todo con ojos distintos.

Este fluir constante que amerita el vivir a diario, cambiar es tan necesario como comer o respirar, siempre que apuntemos a un desarrollo personal o a un cambio de rol por lo que vamos asumiendo, volver no se hace imprescindible, pero cuando se vuelve de algún lugar con unos ojos o con un corazón renovados, por supuesto que no se regresa igual a como nos fuimos

Puede que ni siquiera hayamos salido de casa, si la peregrinación ha sido interna, hacia el propio significado de la existencia, el regresar ya lo cambia todo, así que volvemos cargados de nuevos motivos.

Cuando estamos en trance


Hace pocos días tuve la grandiosa experiencia de presenciar una terapia de perdón, se trataba de una señora de unos cincuenta años que asistió a terapia por la imperiosa necesidad de perdonar a su hermana a quien odia desde su infancia. Ella se acuesta en un cómodo sillón y el terapeuta la lleva a un estado de trance por medio de la relajación inducida, donde logra aquietar su mente y volverla más receptiva y sensible para recordar.

Todos tenemos dos tipos de recuerdos: los conscientes y los reprimidos, ocurre que cuando estamos en trance, el consciente aflora para que el reprimido salga, cuando esto sucede, se puede identificar fácilmente el virus espiritual y se ayuda a sanar el sentimiento o los traumas arrastrados con un antivirus que se llama autoperdón, incluso se pueden identificar varios orígenes de una misma situación, pero el viaje lo emprendemos solos, el terapeuta es un guía que nos ayuda a encontrar recuerdos y a salir de ellos, pero una vez que usted se encuentra en ese estado de alma, es preciso atravesar por inconvenientes, adversidades y aprendizajes.

Despintemos el pasado



El pasado lleva la tinta de nuestros antiguos recuerdos, colores que el tiempo se ha encargado de atenuar y darle matices desgastados o degradados, y que desde el presente, se tornan distintos a esa gama de colores que algún día logramos apreciar.

Solemos calificar al pasado de oscuro, brillante, días grises, recuerdos coloridos, y nos sentamos a ver esa pintura, y muchas veces en reuniones familiares o de amigos, en nuestra soledad o con nuestra pareja, tal como si estuviésemos viendo la obra en un museo, donde se cree transmitir las mismas sensaciones y emociones que el artista experimentó frente a la escena o el motivo original, y desperdiciamos el ahora observando detenidamente cada acontecimiento como si estuviese intacto e intocable por el tiempo.