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Cuando la tristeza invade nuestra vida

Por motivos laborales he estado en contacto directo con el Coronavirus, con las consecuencias que tiene este virus sobre las personas… sobre el ser humano y su capacidad de superación.

Tanto enfermos como profesionales sanitarios hemos tenido que convivir diariamente con la tristeza.

Los enfermos, cuando entrabamos en el hospital, y teníamos que despedirnos de nuestros familiares en la puerta, sin saber si podríamos volver a verlos otra vez. Nos aislaban en una habitación, y solo entraba el personal estrictamente necesario para atendernos, personal que solo podrías entrever los ojos, ojos cargados de compasión y tristeza como la que sientes tú en ese momento.

En los peores momentos, en los que nos sentimos más vulnerables, es donde necesitamos el amor y cariño de los seres queridos, pero cuando no podemos acceder a ellos, y nos aíslan completamente de todo, nos embarga un sentimiento profundo de tristeza y soledad.

Los lugares de mis tristezas



New York y la tristeza

La Gran Manzana… Nueva York….. ¿Quién puede estar triste visitando Nueva York?

Pero fue en ese último viaje que hice, con quien creía mi complemento, donde descubriría que la tristeza tiene matices que incluso se huelen y se esconden en algún rincón del Time Square o de la Quinta Avenida.
Sabemos que estamos tristes cuando la sonrisa duele, cuando reconoces que el día está gris o está “raro”. No, no es el día. No, no son las nubes, es esa intuición que a pesar que nos dice muy en el fondo que todo va a estar bien, le permitimos el protagonismo a esa fuerza que emerge y que nos invade por dentro. 

Sí, es ella, la tristeza. Que no pide permiso para acompañarte, solo llega para manifestarte que debes prestarle atención a ese pedacito de instante que estás viviendo, pero el desasosiego de no saber nos invade y preferimos deslumbrarnos con lo majestuoso del Empire State y huyes del silencio de donde estaban las torres gemelas porque allí, la tristeza hizo casa y la puedes sentir, por eso te vas.

¿Cómo se puede estar triste en Nueva York? Me lo he preguntado tantas veces. Pero en aquel viaje que hice con toda la ilusión de poner nuevos y mejores recuerdos a uno de los sitios que más me gusta, sería donde la frialdad del desamor, de la poca atención y de pronunciar un nombre que no era el mío, hicieron que la ciudad se hiciera gris, pegajosa, dolorosa.

Balance de fin de año


Todos hemos tenido años buenos y otros no tan buenos, de hecho llegamos a catalogar a los años de acuerdo a los acontecimientos importantes, podemos decir que el “dos mil tal” fue el de los grandes logros o que el “dos mil cual” fue el más difícil de todos, quizás terminando la primera década del siglo tuvimos gran prosperidad o padecimos muchos sufrimientos, lo cierto es que a los años le ponemos nombres y hacemos referencia de ellos cuando queremos recordar algunos sucesos, así que desde ya voy a etiquetar a este año como el año del cambio, el desapego y el desprendimiento.


Culminan estos 365 días y es como imposible no hacer un balance y reflexionar un poco sobre lo que se ha logrado y se ha dejado atrás, empezamos a verificar qué tanto nos hemos cumplido y qué sueños dejamos de soñar, particularmente este ha sido un año muy distinto para mi, con situaciones que en nada se han parecido a mi vida entera, un año que me ha mostrado el cambio como ningún otro lo ha hecho, y a pesar de que esté culminando, no lo siento como tal, porque precisamente el cambio me hace ver todo como un comienzo y no como un final.

Carta de despedida a una ciudad



Le debía esta carta de despedida a una ciudad que me dio albergue por más de cuatro años, hace ya varios meses que me fui de allí y aún no le había expresado mi más profundo agradecimiento, uno siempre se despide de personas pero casi nunca se percata que los lugares también reclaman nuestra despedida, sobre todo aquellos lugares que nos estuvieron esperando para vernos crecer y se enorgullecen al ver cómo nos vamos de allí con el alma engrandecida.


Es cierto que recalqué muchas veces un tiempo que creí vencido en esa ciudad, pero ahora que la veo a la distancia, quisiera caminarla de nuevo y escucharla en la cordialidad de su gente, recuerdo sus calles como quien recuerda una risa, añoro esa cotidianidad como quien añora el encuentro de aquello que quedó suspendido en el tiempo, pero con la esperanza de volver a encontrarse algún día.

Todos somos recuerdo



Pasar por la vida como si no se hubiese pasado es un gran error que muchos cometen, particularmente no me gusta jugar al incognito ni al desapercibido que nadie nota, apuesto mejor por el dejar huellas en el corazón de la gente, aunque sepa que pasaremos de moda en la vida de muchas personas y aunque no seamos tendencia de encuentros, es preferible cuando alguien nos recuerda y sonríe, a que nos volvamos un mal recuerdo.

Crecer implica saber cuándo nuestra estancia ha caducado en aquellos lugares donde sentimos que no le pueden ofrecer más a nuestra alma. Cuando se permanece por mucho tiempo en un espacio que nos va causando ambivalencias emocionales, es mejor entonces ir caminando hacia el desprendimiento, comprender que el aferrarse duele y que al soltar se aprende, nos ayuda a dejar con gratitud instantes de vida donde se avanzó hacia una merecida consciencia.

Sobre reencuentros y compartir



Nuevamente fui turista en mi ciudad natal, de nuevo paseo por sus calles y lo vuelvo a ver todo con ojos distintos, pero no solo me detengo en el paisaje sino también en la actitud de las personas, los lugares hablan y la gente traduce con su lenguaje verbal y corporal los dolores y alegrías que los espacios albergan.

Este viaje lo hice de manera distinta, primero porque la permanencia fue más corta que otras veces, así que aproveché cada momento para sostenerle la mirada a cada detalle, me dejé sorprender por el placer que me procura deambular por mi ciudad, pero siendo solo una espectadora de sus calles no sintiendo que allí pertenezca. Y aunque no pretendo traerles un itinerario completo de un viaje a retazos, sí les quiero conversar sobre lo que significó para mí el reencuentro con lugares y personas, además, el conjugar en plural el verbo compartir que muchas veces la soledad no me permite hacerlo.

No regresamos iguales



No importa si es un viaje de fin de semana o unas vacaciones largas, si fue la visita a un amigo enfermo o si la travesía fue a través de un libro, si fue una extenuante jornada laboral o el tan ansiado regreso a casa, si fue en carro, en bus, en avión o en barco, o si se trató del camino hacia nosotros mismos, una vez que decidimos ir a alguna parte, no regresamos iguales y retornar implica ver todo con ojos distintos.

Este fluir constante que amerita el vivir a diario, cambiar es tan necesario como comer o respirar, siempre que apuntemos a un desarrollo personal o a un cambio de rol por lo que vamos asumiendo, volver no se hace imprescindible, pero cuando se vuelve de algún lugar con unos ojos o con un corazón renovados, por supuesto que no se regresa igual a como nos fuimos

Puede que ni siquiera hayamos salido de casa, si la peregrinación ha sido interna, hacia el propio significado de la existencia, el regresar ya lo cambia todo, así que volvemos cargados de nuevos motivos.

Vivimos despidiéndonos



La vida es un cotidiano despedirse, cada día nos estamos despidiendo de algo o de alguien, nos despedimos de la infancia de nuestros hijos al verlos convertirse en adolescentes y luego en adultos, nos despedimos de nuestros padres al ver que sus ojos se cierran para no volverse abrir jamás, nos despedimos de cada persona que amamos cuando decidimos tomar caminos distintos, nos despedimos de los compañeros de vida, esos con los que se comparte el estudio, el trabajo y los sueños, nos despedimos de cada hogar que nos alberga por el instante que dura esta existencia, nos despedimos de nuestra patria al tomar otros rumbos para el crecimiento personal y profesional con un disimulado desarraigo en las venas, nos despedimos cada día sin darnos cuenta que constantemente nos estamos despidiendo de todo.

La vida se nos pasa tan ligera que ni siquiera nos percatamos cómo nuestra piel se va deteriorando, nuestro cabello va perdiendo brillo, y cada cana que se asoma, nos recuerda lo determinante que ha sido el tiempo con su pasar sustancioso sobre nuestro cuerpo. Los mejores años y las épocas tortuosas nos han dicho adiós y le han dado paso a estos años nuevos.