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La experiencia de ser madre



Ser madre puede ser la experiencia más feliz y también más dolorosa que una mujer pueda experimentar.


Desde chica nos acondicionan con la doctrina de que las mujeres debemos ser flacas, lindas y casarnos con un hombre que nos pueda mantener, mientras nosotras nos quedamos en la casa cuidando y criando nuestros hijos. Y a pesar de que se oye muy lindo no puede estar más lejos de la realidad.

Cuando llegamos a ser adultos nos damos cuenta de que nuestra idea de una familia feliz y perfecta solo existe en cuentos y películas. Y ese mundo feliz y color de rosa que habíamos imaginado se derrumba frente a nuestros ojos.

La desilusión, frustración, la comparación, la envidia, el miedo, la culpa, el rechazo, por mencionar algunas emociones, se convierten en nuestras mejores aliadas. No hay un manual de instrucciones para ser mujer o para ser madre. Ser mujer no es nada fácil, pero ser madre es mucho más.

Cuando la tristeza invade nuestra vida

Por motivos laborales he estado en contacto directo con el Coronavirus, con las consecuencias que tiene este virus sobre las personas… sobre el ser humano y su capacidad de superación.

Tanto enfermos como profesionales sanitarios hemos tenido que convivir diariamente con la tristeza.

Los enfermos, cuando entrabamos en el hospital, y teníamos que despedirnos de nuestros familiares en la puerta, sin saber si podríamos volver a verlos otra vez. Nos aislaban en una habitación, y solo entraba el personal estrictamente necesario para atendernos, personal que solo podrías entrever los ojos, ojos cargados de compasión y tristeza como la que sientes tú en ese momento.

En los peores momentos, en los que nos sentimos más vulnerables, es donde necesitamos el amor y cariño de los seres queridos, pero cuando no podemos acceder a ellos, y nos aíslan completamente de todo, nos embarga un sentimiento profundo de tristeza y soledad.

La tristeza de la traición


Muchos creen que aquellas personas que trabajamos y nos preparamos en el área del desarrollo personal y empoderamiento no nos enfrentamos a problemas o dificultades y esto es completamente falso.

Todos nos enfrentamos a desafíos, problemas y dificultades diariamente, pero lo que nos diferencia es la forma como tendemos a vivir esos momentos.

En este espacio abro mi corazón y te cuento sobre cómo viví la tristeza de la traición.

Según la RAE, la traición se define como una falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener.

Balance de fin de año


Todos hemos tenido años buenos y otros no tan buenos, de hecho llegamos a catalogar a los años de acuerdo a los acontecimientos importantes, podemos decir que el “dos mil tal” fue el de los grandes logros o que el “dos mil cual” fue el más difícil de todos, quizás terminando la primera década del siglo tuvimos gran prosperidad o padecimos muchos sufrimientos, lo cierto es que a los años le ponemos nombres y hacemos referencia de ellos cuando queremos recordar algunos sucesos, así que desde ya voy a etiquetar a este año como el año del cambio, el desapego y el desprendimiento.


Culminan estos 365 días y es como imposible no hacer un balance y reflexionar un poco sobre lo que se ha logrado y se ha dejado atrás, empezamos a verificar qué tanto nos hemos cumplido y qué sueños dejamos de soñar, particularmente este ha sido un año muy distinto para mi, con situaciones que en nada se han parecido a mi vida entera, un año que me ha mostrado el cambio como ningún otro lo ha hecho, y a pesar de que esté culminando, no lo siento como tal, porque precisamente el cambio me hace ver todo como un comienzo y no como un final.

No distraigas a la tristeza



Muchas veces por quedar fuertes ante los demás terminamos débiles ante nosotros mismos, nuestra cultura no acepta a la tristeza como una de las emociones básicas del ser humano y propia para la subsistencia, con tantos acontecimientos dolorosos que acaecen es válido sentirse tristes, pero cuando lo manifiestas, de inmediato te sugieren salir de ella para distraerla, despistarla y desaparecerla.

Ojalá se pudiese desaparecer a la tristeza con tan solo ignorarla, sería un remedio infalible y de rápida solución. De hecho cuando le mencionas tu tristeza a alguien más lo único que haces es recordarle su propia tristeza, así que la recomendación será evadirla para que juntos vayan a tirarla a alguna parte donde seguramente no los alcance.

Identifiquemos las emociones

Las emociones están presentes en los diferentes contextos de nuestra vida, así que trataremos de mirarlas y ubicarlas en nuestras historias personales que tanto pesan y descifrarlas en aquello que nos traduce el cuerpo cuando no las hemos escuchado a tiempo.

Sabemos de esos dolores desgarradores que nos han roto el alma, pero ¿qué pasa con nuestros otros duelos? aquellas heridas que se han quedado calladas para darle paso a otras nuevas tristezas, duelos que no han sido elaborados ni superados, ¿qué nos anda gritando el cuerpo cuando no identificamos a las emociones? Las somatizaciones crónicas como gastritis, colitis o migraña son estrechas conexiones con duelos no procesados, con emociones que muchas veces no nos permitimos sentir, y es evidente que cuando las personas no elaboran sus traumas, con el tiempo se revelan en consecuencias individuales que trascienden a las sociales.

Comprendamos la muerte


Quiero comenzar esta lectura con un pequeño ejercicio, piense en una persona querida que se encuentra fuera de su ciudad o del país… ¿La ama? Ahora, piense en una persona que ha muerto… ¿La ama? Realmente no amamos el cuerpo, amamos la esencia, el cuerpo sólo materializa el afecto, el tocar o el abrazar son partes del amor, pero no son el amor.

En una lectura reciente les comenté que estamos dentro de una cultura que no nos enseña a morir, lo único que sabemos de la muerte es que debemos temerle y que nos arrebata de los brazos a nuestros seres amados, como si esto de vivir fuese algo inacabable, como si nosotros no fuésemos a dar también ese paso crucial de trascender lo físico y volar con nuestros espíritus a otro plano distinto.

Hagamos el duelo

Cuando lo distinto llega, cuando lo cotidiano se impregna de tristeza, cuando la ausencia se hace presencia, cuando la congoja deja a un lado a la alegría, estamos frente al duelo. No estamos preparados para recibir al duelo, mucho menos estamos preparados para procesarlo. El duelo es una etapa de interrupción en nuestras vidas: pérdida, traiciones, decepciones que no esperábamos, llegan sin previo aviso, nos tocan la puerta y entran a nuestra cotidianidad sin haberlas llamado ¿Recibirlas con el corazón o recibirlas con el cuerpo? 

Hacerle el duelo a cada espacio de nuestra vida que ya pasó es importante. Estamos inmersos en una cultura en la que el duelo no es relevante, en la que la tristeza es aburrida, y por ende, no queremos importunar a los demás con nuestras perturbaciones, entonces nos distraemos y lo dejamos para luego. Pero cuando postergamos los duelos, ellos nos estarán esperando en cualquier otra esquina de la vida, tal vez para repetirlos y por fin resolverlos en nosotros o para recordarnos que ellos siguen allí, sin haber sido procesados.