Cuando nuestros padres envejecen



El año pasado mi madre vino a visitarme, tras una cirugía de muñeca, en la cual sufrió una severa fractura, se quedó unos días a mi lado para descansar y disfrutar unas merecidas vacaciones, pero ocurre que me encuentro frente a una mujer más apaciguada y menos enérgica, cuyo comportamiento no estaba acostumbrada a ver. Tal vez por el poco contacto cotidiano que mantengo ahora con ella, me sorprendo al estar junto a una persona que ha preferido detenerse ante la vida y adoptar la relajación como disfrute.

Nuestros padres cuando envejecen son seres que se nos transforman y nos regalan otro tipo de aprendizaje, los conocemos en una juventud incansable, donde nos dedican largas jornadas, dependemos de ellos para nuestro crecimiento y se convierten en un duro apoyo que nunca creemos se llegará a resquebrajar, es por ello que cuando nos paramos frente a frente ante una vulnerabilidad que creímos siempre sería fortaleza, nos aterramos, porque mientras más años cumplan, más cerca estamos de despedirlos, comenzamos entonces a pelear internamente entre el amor que les tenemos y el miedo que obtenemos al perderlos.

Ahora ellos dependen de nosotros, nos volvemos adultos de nuestros mayores y lamentablemente solemos convertirnos en seres toscos y secos con ellos, ya que no le tenemos la suficiente paciencia que sí tuvieron con nosotros. Es claro que en este nuevo rol no estamos para enseñarlos, nuestra misión es ahora acompañarlos en este nuevo espacio de vida que se llama vejez, la cual siempre viene acompañada del deterioro físico, y por ende, de alguna enfermedad; se rompen los paradigmas del héroe y nos disponemos a un camino de cuidados, pero ¿los cuidamos como ellos realmente necesitan? Si comprendiéramos que simplemente requieren nuestro apoyo, así como alguna vez tuvimos a la mano el de ellos, y no nuestra imposición, podemos hacer este camino de vejez menos empedrado y más llevadero.

“Nuestra sociedad aún no ha elaborado estrategias para ayudar a los hijos adultos que son responsables del cuidado de sus padres y que al mismo tiempo deben cuidar de sí mismos y de sus propios hijos.” Este párrafo vino a mí en una de esas lecturas de revistas que uno toma en cualquier consultorio médico, me quedé con la inquietud y quise hacerla parte de la lectura. Es difícil hacerse responsable de quien alguna vez se hizo cargo de nosotros, asumirnos fuertes cuando alguna vez fuimos los débiles, tomar decisiones cuando antes las acatábamos.

Muchos padres fueron realmente duros y crueles con sus hijos y nunca consideraron que algún día envejecerían y ahora tienen que enfrentar sus actos, su desamor del pasado, y su ausencia. Cuidar con amor a un padre que nunca nos trató con amor es una tarea muy difícil. Recalco en cada lectura que todo lo que vivimos es un aprendizaje, aprendemos de nuestros progenitores, y aunque algunos de ellos se crean ya aprendidos, también aprenden de nosotros. La apertura emocional aplica para todos, el aprendizaje no distingue edad, hasta el día de nuestra muerte estamos aprendiendo, algo se tiene que ir con nosotros y algo les debemos dejar a los demás.

Hay personas que toman la vejez como una oportunidad para desarrollar proyectos postergados o disfrutar de la vida con otros tiempos, pero estamos en una cultura que no nos enseña a morir y mucho menos a envejecer, nadie nos dice que el deterioro es una transformación, que la ventana por donde vemos la vida no está empañada, solo nos está ofreciendo otra perspectiva, así que cuando vemos su cambio, nos preguntamos ¿en qué momento nuestros padres dejaron de ser lo que fueron? Pues nunca dejaron de serlo, sus cambios biológicos nos entregan ahora a una persona con dificultades y falencias, pero con la misma esencia de alma, y que al mismo tiempo, nos hacen ver nuestras propias carencias internas.

Todos vamos arando el camino que alguna vez nos llevará a la vejez (si es que contamos con esa suerte), cuando veo a un grupo de adultos mayores haciendo ejercicios o viajando juntos, me contextualizo en ese espacio dentro de algún tiempo, me prefiero llena de vitalidad y no siendo una carga para nadie.

Hay padres que utilizan la enfermedad como ganancia secundaria, algunos se ven a solas y hacen del agobio un aliado, la queja se planta como un llamado de atención, se sientan a esperar la visita de sus hijos y nietos, se conforman con migajas de tiempo, cuando antes su tiempo era exclusivo para los otros y pocas veces se percataron de ellos.

Hoy en día hay muchas instituciones que ofrecen estupendas actividades para los abuelos de la casa. Con todo respeto, pero a mi modo de ver, a cierta edad ya es propio el crecimiento espiritual, y no hablo de religiosidad ni golpes de pecho, me refiero a una conciencia alcanzada, una que nos permite la maravillosa y bien anhelada independencia emocional. Nos pasamos la vida apegados y dependientes de otros, esperando de otros lo que no nos damos desde adentro, y si en la juventud es difícil, imagínese cuando llegue la tercera edad, cuando sentimos que el tiempo se agota, cuando sabemos que ya todo se va acabar.

Nuestros padres envejecen y muere una parte de nosotros, yo me conmuevo al ver los brazos de mi madre, sus manos, su rostro, su cabello, todo ha cambiado tanto, esa mujer inquebrantable que conocí, es ahora la principal huella de mi tiempo, pero siempre entera, siempre sensible, siempre emotiva, siempre alegre, siempre soberbia, siempre recia, siempre ella.

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