Identifiquemos las emociones

Las emociones están presentes en los diferentes contextos de nuestra vida, así que trataremos de mirarlas y ubicarlas en nuestras historias personales que tanto pesan y descifrarlas en aquello que nos traduce el cuerpo cuando no las hemos escuchado a tiempo.

Sabemos de esos dolores desgarradores que nos han roto el alma, pero ¿qué pasa con nuestros otros duelos? aquellas heridas que se han quedado calladas para darle paso a otras nuevas tristezas, duelos que no han sido elaborados ni superados, ¿qué nos anda gritando el cuerpo cuando no identificamos a las emociones? Las somatizaciones crónicas como gastritis, colitis o migraña son estrechas conexiones con duelos no procesados, con emociones que muchas veces no nos permitimos sentir, y es evidente que cuando las personas no elaboran sus traumas, con el tiempo se revelan en consecuencias individuales que trascienden a las sociales.

En primera instancia es preciso comprender que la emoción es la respuesta a un estímulo de algo que nos está pasando o algo que estamos recordando (sin quererlo o queriendo). La emoción simplemente ocurre, lo que hagamos con ella establecerá nuestro estado de ánimo, es decir, podemos reaccionar con miedo o rabia, pero si esa emoción la instalamos en nosotros y le damos permanencia, influirá en una respuesta emocional que con seguridad nos vivirá afectando.

Lo que hagamos con las emociones es lo que realmente las determinará, están las emociones positivas o negativas que fortalecen o disminuyen el bienestar de cada individuo, podemos decir que la ira y la felicidad no son necesariamente el blanco y el negro, son tan solo emociones básicas o primarias que hacen parte del escenario de un acontecimiento, no es posible ser siempre feliz o siempre molesto, si es así, tras de ellas estamos escondiendo otras emociones que no queremos ver o pretendemos ponerlas de cortina para que otros no se den cuenta de emociones ya viejas.

Si hablamos de desánimo y entusiasmo, no se trata de acertado e incorrecto, son tan solo emociones de fondo que inciden en las acciones humanas y que nos pueden estar protegiendo en un determinado momento. Podemos tomar en cuenta a la admiración, los celos, la gratitud, la irritación, la ofuscación o la vergüenza como emociones sociales donde el afuera influye en el comportamiento que ponemos de manifiesto ante los demás y que dejan en evidencia nuestra mucha o poca inteligencia emocional.

Tenemos una memoria emocional que mueve la energía de nuestro cuerpo, el cual es sabio y solo nos invita a sentir la emoción y si es preciso padecerla, por tanto, expresarla. Asumimos la errada concepción de que a las mujeres solo se nos permite expresar la tristeza y a los hombres la rabia, la misma sociedad nos conduce hacia un mal uso de nuestras emociones, incluso en casa nos advirtieron no divulgar nuestras desavenencias, pero nunca nadie nos dijo que hablar de nuestras pérdidas podría traernos grandes ganancias.

No todos tienen la capacidad de reconocer emociones propias y ajenas; están los que administran benéficamente sus emociones y están los que las guardan lesivamente sin obtener ningún beneficio. Muchas veces los síntomas o padecimientos nos conversan sobre el mal manejo que le estamos dando a las emociones, pero es un lenguaje que no sabemos apreciar, que nos suplica hacernos la vida más amable, nos comenta que cada quien debe tener como prioridad la necesidad de sentirse bien consigo mismo.

Emociones como la frustración, la decepción, la intolerancia o la desmotivación se convierten en elementos cotidianos que erosionan dolorosamente la convivencia, podemos comenzar por ser más atentos y cordiales, practicar la escucha, ser agradecidos, o tal vez con elogiar las cosas buenas ya podemos empezar a limar asperezas emocionales que establecemos con otros, así estaríamos congeniando y haciendo propicia la relación con nosotros y con el resto.

Esas emociones que llevan tanto tiempo con nosotros, busquemos en nuestro entorno quienes más las han sostenido, a quienes se las estamos transmitiendo, puede que sean personas a las que le reclamamos atención o con las que nos mantenemos en conflicto.

Podemos sustituir emociones como fastidio, ira, melancolía, ansiedad, pesimismo, desidia, depresión, desconfianza, por interés, optimismo, paciencia, armonía, placer, calma, cariño, esperanza, empatía, plenitud, serenidad, ternura, seguridad, tranquilidad, pasión, confianza; como ven hay una amplia lista de emociones que nos pueden hacer la vida más llevadera, pero pareciera que preferimos quedarnos con irritación, hostilidad, indignación, mezquindad, apatía, rechazo, resignación, y la peor de todas, el tan desconcertante vacío existencial, que es como un arsenal de todas esas emociones que nos viven haciendo daño.

Cuando veo a esas personas que siempre gritan, o personas que deben estar obligatoriamente acompañadas, o personas que todo lo niegan y les cuesta ser amables, son personas aterradas, huyendo de sus emociones, lastimando otras emociones, culpando o criticando a los demás para que todo quede en el afuera y el dedo no los termine señalando.

Hagamos un inventario de nuestras emociones, verifiquemos cuáles estamos usando erróneamente, cuáles deberíamos comenzar a implementar en nuestra vida, cuáles nos reflejan en otro, cuáles nos laceran, cuáles nos disfrazan, cuáles se adjudica nuestro cuerpo y cuáles son de otros y creemos que son nuestras. El resentimiento de nuestros padres no necesariamente nos pertenece, la inseguridad de nuestra pareja no la asumamos propia, la intolerancia y el irrespeto no deberíamos imitarlos, la indiferencia del mundo no tiene por qué hacernos también la vista gorda, darnos cuenta de si lo que hemos llevado a cabo en nuestra vida ha sido deseo propio o tuvo su origen en otros individuos, en otras emociones que no nos correspondían.

Es normal sentir emociones negativas y positivas, es posible experimentarlas y expresarlas de forma adecuada, pero creer que son incontrolables porque son espontaneas, es lo inapropiado. Hacer una pausa y no actuar por impulso es el primer gran paso hacia una identificación de emociones, para luego manifestarlas o inhibirlas de la mejor manera, sabiendo que un enfado puede ser una emoción adaptativa que luego nos devolverá el alivio deseado.


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