El encuentro con la sombra (Post colaborativo)


Durante los primeros días del mes de agosto llevé a cabo mi segundo taller de escritura creativa gratuito, en donde me doy la oportunidad de convocar a decenas de mujeres y leer lo que escriben, para luego seleccionar a algunas de ellas e invitarlas a que sean parte de mis proyectos, ya sea como escritoras o invitadas de mi podcast.

Este taller llevó por título El encuentro con la sombra, y por 5 días estuvimos explorando 5 sombras específicas: autoexigencia, perfeccionismo, autoengaño, búsqueda de aprobación y autosaboteo.

Sombras que pareciera estuvieran desligadas las una de las otras, pero en realidad cuando estuvimos escribiendo y reflexionando acerca de ellas, pudimos ver que todas nos pertencen y han sido parte de nuestras vidas.

Durante 5 días nos dedicamos a hurgar en nuestro mundo interior para encontrarnos con nuestras sombras y reconocerlas a través de la escritura, tarea para nada fácil pero que muchas lograron con mucho éxito.

Fue un espacio privado y netamente femenino donde nos pudimos dar cuenta que las sombras de cada una pertenecen a sombras colectivas que hemos venido repitiendo como patrones adquiridos.

En este taller el juicio y la crítica no tuvieron cabida, escribimos desde la conexión personal y leímos desde la empatía.

Un grupo para unirnos y formar un encuentro entre mujeres que no le tienen miedo a descubrir y abrazar sus sombras.

A continuación les presento las ganadoras de este taller, cuyos relatos me traje para que fueran parte de este blog y destacar el precioso trabajo de estas mujeres.




Concha Martínez (La mujer autoexigente)

Marina se encuentra bajo el efecto del asombro, aún sin capacidad de reaccionar, más allá de la sorpresa. Se siente exhausta tras una dura riña llena de deberías. Se las ha visto cara a cara con su mayor enemigo, que sin piedad le exige, critica duramente y maltrata.

Tras ese primer momento de shock, las lágrimas empiezan a brotar del salado manantial de sus azules ojos. La pena y el enfado se derraman por su rostro y acaban bañando su pecho.

- ¿Qué te está pasando, Marina?, le pregunta su psicoterapeuta, a la que visita puntualmente cada semana.

- Nunca antes me había dado cuenta de que la persona más dura conmigo habita dentro de mí. No soporto la más mínima crítica que alguien pueda hacerme, me genera tanto daño, que como si de un interruptor se tratara, me acciona instantáneamente para defenderme y llevar la razón. Me resulta muy doloroso darme cuenta de que quien peor me trata soy yo misma, con esa voz interior que me machaca sin compasión ni descanso una y otra vez a cada momento, día tras día. Ahora mismo me siento fatigada, mareada, cansada y harta de escuchar: Marina, tienes que hacerlo perfecto; Marina, lo puedes hacer mejor; Marina, ¿no te das cuenta de que eso está mal?; Marina, ahora no puedes disfrutar, que tienes obligaciones que atender; Marina, no puedes descansar, mira la lista de todo lo que te queda por hacer, etc.

En el diálogo que ha mantenido consigo misma, Marina ha descubierto la voz del perfeccionismo que la acompaña desde su más tierna infancia, una voz que la doblega y que la hace perseguir lo que es imposible de conseguir. Porque aunque esté extenuada, esa voz le dice que tiene que seguir, que no puede parar.

Esa voz la engaña cuando usa la comparación y le hace creer que otras mujeres hacen más cosas y por supuesto mejor que ella. Esa voz la hace sentir culpable. Mientras se da cuenta de todo esto, no puede parar de llorar.

- ¿Y por qué me hablo así? le pregunta a Gema, su psicóloga.

- ¿A quién te recuerda esa voz? le insta Gema a rememorar.

Marina viaja por el túnel de su vida, retrocediendo hacia un pasado de 35 años. Varios recuerdos a modo de flash aparecen uno tras otro y en todos ellos identifica claramente dos protagonistas: ella y su padre. Y con más intensidad que antes, las aguas de sus emociones la inundan y desbordan.

Ve a Marina de unos seis años, que con gran alegría va a enseñar a su papá un dibujo del que se siente satisfecha. Va buscando la aprobación de su papá y que se sienta orgulloso de ella. Pero pronto la decepción y la vergüenza se apoderan de su pequeño cuerpo que comienza a temblar y a querer desaparecer porque la esperada alegría y valoración no asoman en el rostro de su papá. Lo que asoma es la crítica: ¿Y esto por qué lo has hecho así?; Hubiera estado mejor con este color; Aquí te has salido del borde al colorear, etc.

En ese momento Marina quiere desaparecer y en lugar de volcar la rabia contra su papá al que admira, la vierte sobre ella y desde ese momento aprende a criticarse y exigirse. Se promete a sí misma hacerlo perfecto para que su papá la quiera y esté orgulloso de ella.

Y dedica su vida a ello. Y ese momento no llega. Y sigue intentándolo sin conseguirlo.

De pronto, Marina vuelve a escuchar la voz de su nieta que le ha hecho viajar en el tiempo y vuelve al presente. Tiene sesenta y cinco años.

- Abuela, mira lo que he pintado, le dice con chispa en los ojos.

Marina mira el dibujo y la carita expectante de su nieta y le dice:

- Me encanta Berta. Me gusta como has mezclado y combinado los colores. ¿Me lo regalas para que lo cuelgue en mi habitación?

La niña no cabe en sí de gozo. Ya tiene ganas de seguir disfrutando pintando de nuevo.




Paulina Segura (La mujer perfeccionista)

Roberta, una mujer extraordinaria, con un corazón enorme y con una infinidad de virtudes que ha empezado a descubrir lentamente. Además, tiene en su vida una colección de sombras que la abrazan en muchas ocasiones y que la llenan de miedos, dudas y le erizan la piel cuando se siente rodeada de tanta oscuridad. 

Tiene una encantadora sonrisa y una energía femenina muy particular, su amabilidad y gran capacidad para socializar, son herramientas que Roberta usa a su favor para argumentar, sus siempre correctas razones cuando alguien intenta insinuar que ha cometido un error.

Hace algunos años, Roberta trabajaba para una empresa, en la que tenía un puesto que alguien de su edad probablemente soñaría, sin embargo, para Roberta se convertía muchas veces en una pesadilla donde aparecía un monstruo que no le permitía hacer lo que ella consideraba correcto para el trabajo. 

Vivía frustrada cuando no se le permitía crear y desarrollar las cosas a su manera; manera que ella consideraba como la única opción correcta. Por razones familiares y por la impotencia de no sentirse libre para hacer su trabajo, tomó la decisión de renunciar e iniciar el camino del emprendimiento. 

Pensó que tomando este rumbo se liberaría de los obstáculos que según ella, tenía en su trabajo.

Muy ilusionada inició este recorrido, pensando que muy pronto sería exitosa y que además, podría administrar el tiempo para estar con su familia, tener tiempo para ella y dedicarse a lo que ama. Tomó la decisión de empezar a capacitarse porque pensaba que tenía que actualizarse en su carrera profesional, que debía adquirir más conocimiento para que su proyecto fuera exitoso. 

Se obsesionó comprando cursos, talleres, libros, que no siempre terminaba porque para ella, no cumplían con lo que necesitaba en ese momento o no eran lo suficientemente buenos para finalizarlos. Seguía y seguía en una eterna educación, porque no encontraba el conocimiento ni el contenido que le permitieran crear algo espectacular.

Paralelo a su capacitación, inició algunos detalles de su emprendimiento, pero de igual manera, nada le parecía bueno, su imagen de marca siempre tenía “un algo” que no cumplía sus expectativas, su propuesta de valor le parecía insignificante. 

Roberta quería algo grande, algo que impactara, solo que ella misma nunca estaba contenta con su avance, siempre dudaba si mañana tendría algo mejor que aportarle a lo que ya tenía hoy. Todo le parecía poco y se enfurecía con ella misma por no tener la idea perfecta que trascendiera su mundo.

Por otro lado, su familia, su proyecto y su eterno aprendizaje, crearon un triángulo que encerró a Roberta en un sentimiento de culpa que la absorbía. Cuando estaba con su familia pensaba en lo que podía estar estudiando, cuando estudiaba se criticaba por no ejecutar su proyecto y cuando estaba trabajando en su proyecto se castigaba por el tiempo que le robaba a su familia. Nada le parecía correcto, nada estaba bien para ella, se quejaba de no tener tiempo suficiente para crear y dejar cada detalle perfectamente acomodado.

Roberta no entendía como pasaba el tiempo y no lograba encontrar el momento perfecto para que su proyecto pudiera ser lanzado. No se daba cuenta, que ella misma se había convertido en el mayor obstáculo para su crecimiento, ella misma se había quitado la libertad de crear y desarrollar su propio trabajo.




Sole Atiaga (La mujer que se autoengaña)

¿Les pasa que olvidan quienes son? Esta, es la historia de una mujer que se perdió en el ruido externo, que se creyó los cuentos sociales, culturales y religiosos… Esta es la historia de una mujer que llenó su vida de expectativas falsas.

María ha vivido como muchas, con padres ocupados por cubrir las necesidades del hogar, estudió en un buen colegio y terminó una carrera universitaria. Tuvo un trabajo después de terminar su carrera, se casó joven, igual que su madre, y fue madre a la misma edad que lo fue la suya. ¿Pueden ver el ciclo? Nacer, ir al colegio, universidad, casarse, tener hijos, tener un trabajo (las tres últimas pueden variar el orden u ocurrir simultáneamente) y a partir de ahí, estar prácticamente al inicio del ciclo pero con otro rol, ahora María era la madre ocupada por cubrir las necesidades familiares… Han pasado años para “construir” otra vez, lo mismo… cosas más, cosas menos…

Ella estaba ahí, en esta vida pre-escrita... Se casó atendiendo a un pedido de su abuela, la vida no es fácil sin un hombre a tu lado, y se casó, se casó a pesar de que en el mismo matrimonio civil sentía una voz interna, ahogada… pero gritando que no lo hiciera, y a partir de ese momento, María aceptó una batalla, sí, una batalla que no iba a perder, sobre todo cuando se dio cuenta que su nueva suegra lloraba desconsolada en un rincón mientras su “príncipe” contraía matrimonio.

La batalla empezó por “ganarse” a esa dulce mujer, ¿por qué? se preguntarán… respuesta sencilla: María se encargaría de hacerle saber, no solo a ella, sino a toda la familia de su flamante marido, que ella era una mujer maravillosa, sí que lo era, pero ella quería que ellos se dieran cuenta y se lo dijeran, -a la vista está que no pasaría-, sin embargo, en su joven e ingenua cabeza, lo haría. 

María se negaba a ver las señales de que este matrimonio no duraría, el desdén de la nueva familia, la incapacidad absoluta del “príncipe” de enfrentar la convivencia y las responsabilidades del hogar, la familia de ella “encantada” con el “príncipe”… en fin, ella se había metido literalmente, en una camisa de 11 varas, como decimos por acá. Pero no se rendiría, ella necesitaba demostrar que era una mujer valiosa, que no iba a tirar todo por la borda así nada más.

Pasaron casi 20 años en ir y venir, entre momentos buenos propiciados por ella, y su inquebrantable voluntad por hacer que “funcionara”, y realmente hizo de todo, fue al psicólogo para saber qué podía hacer ella para “mejorarlo” a él, al príncipe… organizó reuniones para integrar a la familia, y tengo que decirlo… ¿cómo rayos integras a una mujer que llora desconsolada en el matrimonio de su hijo? en fin… María como dije, con su flamante armadura, salía al campo de batalla una y otra vez, contándose al oído un cuento que decía, eres una mujer perfectamente capaz de mantener este matrimonio.

¿Qué había detrás de ese honorable empeño? Había una pequeña que ya no podía vivir con el rechazo, una niña hecha mujer que se blindó con una armadura para nadie pudiera verla vulnerable, lastimada por las palabras, los gestos de una familia infame, a vista y paciencia de un hombre que no tenía ojos para ella… Cuanto dolor le mostraba esta cara de su realidad…

Se inventó y reinventó muchas veces, cambiaba la estrategia, los espacios, la frecuencia… pero a la larga el resultado seguía siendo el mismo, ella no sabía quién era, temía demasiado el “qué dirán”, ella había construido pagando un precio muy alto, un matrimonio “feliz”, y ella, también se creyó el cuento, porque tenía una vida deseada por muchas, un esposo, amable y cariñoso hacia afuera, crítico y ausente hacia adentro; un puesto importante en su trabajo hacia afuera, y mucho temor de no dar la talla hacia adentro. 

Pero hubo algo, que era puro y honesto, su maternidad, cuando ella pudo ver que sus hijos crecían y que era cada vez más difícil mantener la fantasía, decidió terminar con todo, con una valentía férrea, porque si hay algo que puedo decir de María, es que es una guerrera, y esa valentía que surgía del miedo y del dolor, le puso fin a la fantasía, de una sola estocada. 

Decidió rendirse y dejar esa batalla que nunca debió emprender, y empezar a descubrir un día, al volver a casa sola, que tenía ganas de estar en paz, fue ese día, el primero de una vida con la mirada hacia adentro, inventariando cada cosa que necesitaba ser sanada, y con su voluntad ya no inquebrantable, sino presta a caerse y levantarse, descubriendo un alma brillante intacta, lista para mostrarse tal cual es, y que para su propia sorpresa, no tuvo el rechazo de quienes la amaban de corazón.




Verónica Verdú (La mujer que busca aprobación)

Agatha estaba acostumbrada a los elogios, claro, era el pozo de recepción perfecto, madre de dos hermosas niñas que eran un ejemplo para la sociedad, mantenía una casa perfecta, su esposo era perfecto, su trabajo era perfecto. 

Cada martes a las cuatro de la tarde invitaba a sus amigas forrada de perlas y joyas que eran el centro de conversación. “Estamos planeando un tour europeo, celebraremos las bodas de plata”, todas le preguntaban cómo lo había logrado, equilibrar el matrimonio, la maternidad y el trabajo, ella respondía “se hace lo que se puede” con una sonrisa de falsa modestia.

Subía y bajaba las escaleras poniendo orden en su casa, miraba las fotografías que colgaban de los muros, se vio de joven tan hermosa y pensó en lo que sucedería cuando envejeciera, miró la repisa de los trofeos que había ganado en el tenis, en natación, de canto y poesía cuando estuvo en la universidad. 

Abrió un anuario y vio una foto donde seis chicas, tan jóvenes como hermosas, posaban para la cámara, pensó en su juventud y en todo lo que había hecho por aprobación. Se lamentó por un instante pero supo que sin todo eso no estaría donde está, ¿o sí? Se repetía que eso era un mal menor y que no lidió con casi ninguna consecuencia. Fue la primera de sus amigas en perder la virginidad, en conseguir un novio, en encontrar trabajo, en casarse y en tener hijos; aunque eso no siempre la hacía feliz.

Recordaba lo abusadora que era para ocasionar risas y aplausos de otros, ¿qué estaba mal en hacer sufrir a unos pocos insignificantes si la mayoría la aprobaba y admiraba por eso? 

Se sentó al pie de las escaleras pensando si realmente se sentía cómoda, si las palabras de orgullo de sus padres eran sinónimo de felicidad, pensó en la belleza de la autocomplacencia y aunque sabía que nadie la aplaudiría por hacer lo que quisiera imaginaba cómo se sentiría ser feliz.




Caroliz Cintron (La mujer que se autosabotea)

Claudia siempre había sido muy estudiosa, capaz de lograr todo lo que se proponía, autosuficiente, de carácter fuerte y un poco criticona para mi gusto. Qué más da así era ella. Sueños que alcanzar y metas que lograr nunca le hicieron falta. Y de creatividad ni se diga, ella era la Reina. 

¿Entonces te preguntaras cuál es su problema? Pues veras su problema era sencillo, se conoce como autosaboteo. Si como lo oyes esta mujer capaz de llevarse el mundo por delante contar de ayudar a alguien bueno a cualquiera después que no fuera ella, no era capaz de llevar a cabo, aunque sea uno de los sueños que poseía ella.

Aunque pasaba los días maquinando, pensando, analizando y planeando cuál sería su próximo paso a la hora de ejecutar, el maldito coro de voces que llevaba a dentro comenzaban a cantar su canción y en segundos le arruinaba la fiesta. 

Esas voces que le decían; ¿y tú quién eres para hacer eso? ¿Quién te ha dado la autoridad? ¿Qué te crees mejor que nadie? ¿Te has mirado en un espejo? ¿Crees que alguien va a escuchar a alguien como tú? Te volviste loca tú no eres, ni serás nadie. Esas voces podían ser del padre o de la madre, o tal vez del tío o a vecina y en ocasiones incluso de la maestra que escuela intermedia, una vez que escuchaba esas voces dudaba de su capacidad y volvía a su zona de confort. 

La muy boba se había leído todos los libros de autoayuda y desarrollo personal que existían desde inteligencia emocional, enea-tipos, temperamento y hasta arquetipos para poder entender por qué eran tan pendeja a la hora de actuar. Y aun así a la hora de tomar acción le entraba el frío olímpico y la lista de excusas era más larga que la fila en una oficina del gobierno.

La orquesta que toca en su cabeza comienza con el poco valor que se da, la acompaña la inseguridad, el perfeccionismo y la falta de confianza en sí misma. Es cosa de locos, pero a la hora de actuar ella siempre encuentra a alguien mas linda, flaca, inteligente, más letrada, con más vocabulario, más experiencia, etc.; osea todos son mejores que ella. Yo no entiendo porque es tan boba porque se deja engañar. 

Si ella se mirase al espejo y se diera cuenta de lo que TODOS vemos excepto ella. Que pena me da mi amiga Claudia porque está viviendo una vida que no era la suya por la falta de agallas y el estúpido autosaboteo.



Felicidades a las 5 seleccionadas, valoré su participación activa y lo maravilloso de sus relatos, gracias por ser parte de mis proyectos.

Nos vemos en noviembre con el próximo taller Cartas para mi niña interior.

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