Mi lectora ideal está harta, sí, ¡harta! De las apariencias, de los conflictos familiares, de la excesiva autocrítica, de no sentirse suficiente y de llevar años lidiando con un miedo disfrazado de perfeccionismo junto con sus desesperantes ganas de quedar bien a través de la autoexigencia.
Lleva años trabajando en sí misma y sin embargo no ha llegado a esa plenitud y bienestar que tanto anhela.
Es una mujer capaz en muchos aspectos, pero ella es la última en la fila para reconocerlo, porque siempre le sigue al ego su juego perverso de desmerecimiento y desvalorización.
Cuando entró en el mundo del crecimiento personal lo hizo por la puerta incorrecta o con las expectativas erróneas, creyó que por tener sed de saber quién era, se encontraría entonces con sus partes lumínicas, pero vaya desilusión, cuando se atrevió a asomarse por una de las ventanas de su casa interna, se encontró con muchos escombros y espacios sombríos donde la luz era impenetrable.