En estos días me ha dado por recorrer mi historia y rememorar mis vivencias, verme en distintos lugares a través de fotos y reconocerme en esa sonrisa abierta, en esa mirada quizás ingenua, en esos tiempos en los que anhelaba ser lo que soy ahora sin imaginar que tanto he cambiado, soy tan diferente a la de hace diez años, incluso a la de hace un año o a la de hace cuatro meses, de hecho seré diferente una vez que culmine de escribir lo que ahora lees, ya que soy de esas personas que aprovecha la escritura para limpiarse, para exiliarse de la indiferencia y para encontrarse con lo nuevo, utilizo las emociones para mover cosas en mi interior y para organizar mis sentimientos.
Cuando uno se
ve a sí mismo en el pasado, cuando uno se recuerda al lado de las personas que
ya se fueron, en realidad uno no extraña a nadie, uno se extraña a sí mismo en
esos escenarios, en esos contextos, las personas te hacen ver cosas que no
veías, y cuando no están, te sientes ausente de ti (la ausencia de otro remarca
nuestra propia ausencia), ausente de lo que otros te brindaron, de lo que te
hicieron ver, apagas entonces tu casa como si la felicidad viniera de afuera, y
ocurre que cuando las personas han estado, durante su permanencia has encendido
la luz de tu casa interna.